Quien no vió Sevilla, no vió maravilla.

Nacido en el macareno Hospital de las Cinco Llagas, criado en el Barrio del Tiro de Línea y vecino del Cerro del Águila; fiel amante de Sevilla y sus tradiciones. "Cofrade" por vocación, "Feriante" por adicción, "Rociero" por devoción y "Bético" por convicción.

domingo, 22 de febrero de 2009

Anecdotario cofrade sevillano .

Enrique el barbero.

Allá por 1932; Enrique regentaba su peluqueria en la calle Amor de Dios, cercana a la Alameda de Hercules.
Corrían tiempos difíciles, en los que muchas creencias se "camuflaban", y en los que no eran precisos tres cantos del gallo, para negar a Cristo.
Enrique, catolico no muy practicante, estaba unido a la Iglesia por una Fé, basada en su amor por la Virgen de la Esperanza Macarena.
En su barbería, como por aquél entonces llamaban a estos establecimientos, presidía un monumental cuadro con fotografia de la Macarena.
En cierta ocasión, un cliente ocasional, se permitió "advertir" a Enrique: -Maestro; como no quite Vd. ese cuadro de ahí, cuarquier día le vamos a dar un disgusto-.
A lo que Enrique, inmediatamente y con ese gracejo sevillano exclamó:
-¿Quitar ese cuadro?.... ¡Antes cierro la barbería!.
Pasaron los años y donde estaba la antigua barbería, existe hoy en día un bar. Y varios amigos conocedores de este hecho, con el consentimiento del actual dueño, han colocado un cuadro de la Virgen de la Esperanza, en el mismo lugar que ocupaba el que recomendaron a Enrique que quitara, para no verse amenazado.
Algunos años antes de fallecer Enrique, en la madrugada de un Viernes Santo; la furia del temporal se había desatado sobre Sevilla y Enrique con su túnica puesta esperaba la menor clarita para dirigirse a San Gil.
Sentado en la mecedora, en el pequeño patio de su casa, desatados los nervios, decía a su hermana, mientras miraba el reloj: - la una y media;... ya podía ir la Virgen por el Pumarejo... dáme una copita de aguardiente "pa" los nervios.
La hermana, complaciente, le servía la copa, procurando consolarle. Al rato, nueva mirada al reloj: -¡Hermana, las tres y media!. Ya podía ir la Virgen por el Duque, echame otra copita a ver si mejoro-.
Y así sucesivamente, hora tras hora, Enrique repetía las que marcaba el reloj, coincidiendo con el lugar donde podría estar la Virgen.
Hasta que yá, en la amanecida, Enrique insistió... ¡Hermana , las seis y media! Ya podría ir la Virgen saliendo de la Catedral; echame otra copita, que parece que me estoy aliviando.
- Coño. Enriquito, exclamó su hermana ; a ver si metes pronto a la Virgen en su Iglesia, porque si nó... ¡vas a coger una "tajá" como un piano!.

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